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La Ventana de las Luciérnagas - Cuento Corto

Cuento corto - La Ventana de las Luciérnagas
    No son muchos los minutos que a uno le toma encontrar la “Cruz del Sur” o las “Tres Marías” si el cielo está despejado y la disposición es la correcta. Tampoco hace falta conocer las constelaciones, mucho menos. Así me encuentra el monte, como un niño impotente ante la altura de una multitud, tratando de encontrar una estrella a la que le siente bien su nombre. Es que hoy debo contar una historia que no me pertenece y de una manera distinta a la que me ha sido contada. Un relato que cuatro de los mejores narradores de la historia ya han publicado, con un principio y un final, pero al que tomaré empezado y dejaré sin terminar. Un cuento, por qué no, de setenta y seis partes que debo rearmar. Por eso trataré de buscar una estrella que me guíe en este camino. Una que no sea tan fácil de encontrar, pues si así lo fuera no tendría ningún valor. Comienzo: 

    Hace ya algunos días que en su taller descansaba un lienzo pálido sobre el caballete. Un par de veces ella se había sentado a mirarlo y lo había reemplazado llegando a la conclusión de que cada uno de ellos estaba enfermo y a punto de morir, y que nada podía ser construido en un pensamiento tan oscuro como el de dejar de ser. Pues esos lienzos dejaban de ser uno tras otro, sin haber sido más que el deseo de viejos proyectos ya terminados y aclamados. Rodeando el sostén de madera, la tapa de un par de revistas de arte en el piso le servían como espejo. Hoy nuevamente se encontraba ante ese blanco escenario, buscando una inspiración que, gracias a Dios, nunca llegaría de la manera esperada. Cansada de ver los lienzos pasar decidió tomar el caballete desde su pata izquierda, como quien caza a un conejo y le quita lo más propio, su voluntad.  

    El escenario siguiente implica unas cuantas astillas de madera y una pared que contenía el primer agujero negro que lejos de absorber la luz, la había generado. Unas cuantas hojas color madera esperaban en una repisa marmolada que había perdido brillo, pero le sobraba presencia. El hueco solo vislumbraba unos escritos, pero se percibía otro espacio hacia la izquierda del cuarto. Antes de retirar los papeles rompió con sutileza la parte izquierda. Allí, ordenados por color y luego por tamaño se encontraban miles de materiales que pedían ser usados. Los dejó reposar y caminó hacia atrás, hasta que la cuarta pared la frenó y pudo detenerse a vislumbrar aquel cuarto destrozado que había convertido en una obra de arte. Sobre repisas de mármol, escritos y materiales divididos por una cañería plateada. Tomó los escritos y se acostó.

    Lo primero que pudo notar es que la caligrafía parecía la propia. Todo estaba acompañado de dibujos e instrucciones, con la simpleza de un libro para niños y la complejidad de Avejho, pues bajo ese nombre estaban firmadas cada una de sus hojas. Al olor de libro viejo se le sumaba una creciente humedad, es que de los ojos de nuestra artista brotaron lágrimas que las agujas del reloj convirtieron en cataratas y estas se encargaron de transparentar cada amarillo papel. Eran las primeras que en mucho tiempo no se debían a un incesante vacío emocional que efímeramente nuestra artista trataba de llenar imaginando obras pasadas sobre lienzos vacíos llenos de futuro, un futuro que ya no podía darles. De sus ojos brotaba la alegría de haber encontrado algo nuevo. 

    ¿Qué podía vivir en esas hojas para generar un sentimiento tan fuerte? Uno puede llegar a sorprenderse de lo poderosa que puede llegar a ser una herramienta. Es sabido que muchas herramientas pueden cumplir una misma función. Hay quienes dicen que no hay más perfecta que nuestras manos. Lo único cierto es que alcanzamos un sentimiento parecido al romance con aquellas que nos solucionan un problema fácilmente. Es innecesario recular en el poder de lo romántico, así que pasaré a contarles de qué se trata esta herramienta y por qué ha sido funcional a nuestra artista. 

    Por ahora, le daré el nombre de Mabi. Una vez comprendidas ciertas cosas me referiré a ella en otros términos. El nacimiento de Mabi fue un milagro. Tal vez se pueda decir eso de cada uno de los artistas del mundo, pero en este caso me refiero a lo particular de su concepción y del momento en que su madre dio a luz. Era una niña cuando conoció al padre de su hija. Mayor, madura, pero aún una niña. Lamentablemente nadie puede explicar lo que sucedió esa noche, pues nada se sabe de aquel hombre y la mujer nunca ha querido contar mucho a nadie. Ella sostuvo haber mantenido su integridad, pero el pasar de los meses le daba la razón a aquellos que dudaban y que pronto olvidaron las palabras de la madre. Una panza cada vez más grande ocupaba un espacio que nunca se hubiese imaginado lleno. Para desgracia del momento pero suerte de la literatura actual (pues toda desgracia que no termina en tragedia y es simplemente narrada es un triunfo para los libros de hoy), el llamado de la vida la encontró en el medio del campo. Sola y sin ayuda, dio luz a Mabi. 

    Mabi creció entre la abundancia del dinero y la pobreza de la soledad. La familia de su madre había dejado una herencia considerable que un empleado administraba noblemente. La casa era grande. Las habitaciones sobraban a tal punto que la niña jugaba a imaginar que cada una de ellas era la casa de otra persona. Una persona que nunca estaba pero que en algún momento volvería, entonces había que conocer y mantener la personalidad de cada uno de los cuartos a la perfección. En su aburrimiento dibujaba cada uno de ellos una y otra vez, hasta alcanzar el destello de un alfiler suelto sobre la almohada del cuarto de la costurera del rey. Y una vez que se cansó de replicar aquellas viviendas, comenzó a pintar a sus dueños imaginarios. Fue la cocinera quien descubrió el talento de la niña una tarde en la que se encontró con la perfección de sus propios rasgos sobre una hoja en la que descansaban alrededor de veinte crayones. Su madre brillaba por su ausencia, y podría decirse que el brillo de aquella prodigio también se había dado por la ausencia de su madre. En la adolescencia descubrió la perfección del cuerpo humano, y los retratos pasaron a ser pinturas de cuerpo completo. Cuerpos desnudos finamente presentados, abstraídos de la realidad, en ningún espacio físico ni temporal. Generalmente los fondos presentaban un verde oscuro, similar al degradado que se genera en la copa del árbol cuando la luz del sol comienza a esconderse en las montañas. Su primer cuadro lo vendió con tan solo quince años. La rebeldía de esos años la llevó a pintar personajes famosos, cuya desnudez generaba en el público una atracción por violar la privacidad de personas más poderosas que ellas. Con tan solo diecinueve años las revistas más populares la aclamaban y los diarios más poderosos la destruían, generando nada menos que una excelente prensa. 

   
    Sus lágrimas en la cama reflejaban también una presión liberada en el descubrimiento de aquella nueva herramienta. Ya no tenía que volver a ser la persona que había sido sobre los lienzos. Pues aquellos materiales que no habían sido movidos de las repisas de mármol estaban estrechamente conectados con los papeles. Aquellos escritos eran la Biblia del arte plástico para construir a la perfección al cuerpo humano. No necesitaba más inspiración, su idea ya había funcionado y ahora podía cautivar a la gente con un nuevo truco. 

   Cabe decir que Mabi era insaciable. Una vez que comenzó a estudiar lo que las hojas de papel amarillo tenían para ofrecerle desapareció de la faz de la tierra. Hay algo interesante en el silencio de una persona por demás ruidosa, ya que en contraposición se encuentra una creciente pérdida de interés proporcionalmente directa al poco cambio de un sonido, por más bello que sea. Esto mismo debe haber pensado la revista francesa “Argent ou Plaisir”, la cual envió una incalculable cantidad de cartas de distintas formas, colores y olores. Todas tenían el mismo contenido, una invitación a realizar una entrevista y a dejar una obra realizada en el acto. Cuando la artista se sintió satisfecha con su conocimiento, alzó la pluma y envió su respuesta positiva. 

     Nadie sabía de su partida y consecuentemente nadie la había despedido. Los aeropuertos facilitan alcanzar el estado de despedida en el que uno puede abrazar a esa persona que fue, a sabiendas de que algo nuevo le espera. Todo acto humano debería estar inundado de un perfume tan único que nos lleve a entregarnos completamente al disfrute, porque tal vez esa podría ser la última vez que podamos percibirlo. Todo consiste creo en abrazar lo que fuimos y no lo que somos, en entender que cambiar es sanar. Lógica es entonces el adjetivo que le cabe a la tímida pero constante sonrisa de Mabi antes de embarcarse hacia el viejo continente.

    En principio, su estadía en La Ciudad de la Luz no iba a durar más que unos pocos días. Alquiló una pequeña pero cara habitación. La cocina no se distinguía del comedor y el baño solo se reconocía como tal por el cambio en los azulejos del piso. Pero de noche, la oscuridad se adueñaba del pequeño lugar para dejar sobresaltar una pequeña ventana. Esta se encontraba apenas arriba de la cama. Mabi jura haber comprendido desde allí por qué el apodo de aquella gran ciudad. Focos amarillos resaltaban cada calle a la distancia. Pronto, al perder el foco estos se transformaban en luciérnagas que se movían por todo el plano visual, rodeando y protegiendo aquella gran torre de metal puntiaguda de trescientos veinticuatro metros. La notaba perfectamente imperfecta, y el sueño que tenía aquella primera noche resultó insignificante ante la cantidad de sueños que esa vista le otorgaba. 

    De su segundo día en aquella ciudad poco puedo decirles, probablemente haya descansado. Pasada la segunda noche, era momento de cumplir con aquella revista que le había metido la idea de estar allí en la cabeza. Antes de salir, cazó algunas de las hojas amarillas y todos los materiales que aquella pared de Buenos Aires le habían regalado y los puso en una valija. Las preguntas del entrevistador fueron sorteadas con facilidad. Durante toda la nota, su mirada estuvo puesta en un cuarto por demás blanco. En su interior descansaban algunos de sus viejos amigos: el caballete, la paleta y el lienzo. Claro, nadie sabía que en su valija llevaba el cambio. Una vez terminada la entrevista, tuvo la suerte de no perder la costumbre de jugar con los sentimientos de un hombre y arrojó en un francés precario:

-¿Le he impresionado más que su último entrevistado?

El periodista sonrió tristemente al piso, luego comenzó a liberarse:

-A decir verdad, no. Por supuesto que sí durante este tiempo en el que he llenado mi cuaderno. Pero el anterior artista no ha corrido la mejor de las suertes. Tan solo una semana después, su pareja lo encontró colgado de una débil bombilla de luz, pero aparentemente fuerte como para retener su alma. Es difícil quedar más impresionado que eso. Por favor, no trate de impresionarme como aquel viejo. 

    Terminó de pronunciar esas palabras con una sonrisa un poco más afianzada. Levantó la mirada y con ella sus cosas. Antes de abrir la puerta para salir y dejar sola a la artista, escuchó:

-Siento haberle recordado eso. ¿Podría decirme el nombre de aquel hombre?

-Claro. Toni Monnjh, le decían el abuelo, aunque era bastante joven. Recuerde avisar a la revista una vez que haya terminado con su obra. 

    La puerta se cerró y Mabi se encontraba abrazada a la inspiración que, nuevamente, había aparecido de manera accidental. Salió del departamento y buscó los cuadros más aclamados y las fotos menos viejas de aquel pintor. Las imágenes fueron sustento necesario para que comprendiera a qué se debía aquel apodo. Una barba que empezaba a nevarse tapaba las primeras arrugas de una persona que apenas pasaba los cuarenta. Su estado físico era digno de aquellos que en algún momento se han preocupado por mantenerse en forma y luego las cosas de la vida los llevan a los vicios, y estos terminan por devolverles algunas cosas de la vida.  Volvió por la noche. Lamentó no tener la vista de su pequeño nuevo hogar y comenzó a orquestar. Primero, tomó el lienzo y dibujó un cuadro que nadie podría decir si era de ella o del hombre en cuestión. Una vez que terminó, desarmó la lámpara del techo y solo dejó una bombilla con su cable. En el piso, comenzó a construir a aquel hombre, desnudo, con un pincel en la mano y una última sonrisa. Una vez que la artista temió que aquel muñeco cobrara vida, comprendió que la obra estaba casi terminada. Lo colgó de aquella bombilla y lo enfrentó a la pintura, pegando el pincel al lienzo. La luz quedó encendida y ella dejó aquel departamento, llamando antes a la revista para hacerles saber que ya podían pasar a ver la obra. 

    Su obra terminó por comerse a sus palabras. La revista salió con miles de fotos y opiniones de críticos, pero ni una señal de la charla que la había precedido. Mabi logró algo que en tiempos de hoy podría considerarse casi imposible. La crítica la amaba tanto como la odiaba. Algunos resaltaron la perfección de los detalles, el valor simbólico de aquella sonrisa frente al último cuadro o la soledad de aquella habitación despersonalizada. Otros tildaron de vulgar la desnudez del cuerpo, de sumamente inmoral la utilización sin permisos de la imagen de un muerto (aunque evitaban esta palabra) y destruyeron con palabras la obra por su falta de sentido. La gente comenzó a movilizarse y la obra fue visitada por más de cien mil personas en la primera semana. Pudo percibir el agrado y el calor en la calle de los sectores más populares, mientras que los trajes y autos de alta gama la miraban por encima de la frente y alguno que otro se atrevía a escupirla. La esencia de los lienzos porteños se había reproducido en aquel cuerpo francés, y quienes no tenían nada por perder en su desnudo frente a la audiencia la amaban, mientras que aquellos que se veían colgados con vergüenza de aquella bombilla de luz la odiaron para siempre. 

    Pronto comenzó a recibir miles y miles de cartas con pedidos. Nuevas obras no tardaron en llegar. Lo recaudado de una obra lo utilizaba para comprar un nuevo cuarto donde dejaba reposar otro polémico cuerpo. Nunca volvió a recrear un artista. Sí, sus manos dieron vida a personajes un poco más controversiales. Un juez especialista en derechos humanos, un asesino serial atrapado hace menos de un año, un cura acusado de pedofilia del que ya nada se sabía, el dueño de la compañía de telefonía más grande de Francia, un ambientalista involucrado en narcotráfico y algunos otros suertudos. Todos permanecían muertos en las obras, aunque estuvieran vivos en vida. Algunos sentados en una esquina, otros en una simple silla de madera o acurrucados como un bebé y con el dedo en la boca. Todos en cuartos vacíos que no conocían el disfrute del sol mañanero en invierno ni el viento de las noches de verano. La única luz siempre era artificial, colocada estratégicamente por Mabi. Viajó por toda Francia, y los resultados siempre eran los mismos que con aquella primera obra. 

    Pero esto fue por demás efímero. No tardó más que dos meses en recorrer toda la Galia. Luego de su vuelta a París decidió dedicar unas semanas al descanso y a la reflexión. Estas se estiraron un poco demasiado, y el silencio no solo llenó sus arcas de manuscritos de fanáticos, sino que también movilizó a aquellos que deseaban su ausencia definitiva y su desaparición temporal los atemorizaba. Un grupo de abogados y religiosos de la más alta envergadura se presentaron ante el primer ministro en una tarde lluviosa. La presión con la que llegaron fue la que los adentró en su despacho, y de ahí no saldrían sin cumplir su objetivo: una condena social para la artista de parte del más alto mandatario (claro está que las vías legales no funcionaron en favor de este mismo grupo cuando apelaron a ellas). El despacho del primer ministro estaba decorado por relieves dorados en cada una de las columnas y lugares salientes. Entre cada columna de la pared, un cuadro se ganaba el espacio. La madera del escritorio todavía podía percibirse tronco. En cada pequeña curva se oscurecía el color y parecía que lo reluciente era una condición que preservaba hace años. En él descansaban unas lapiceras, papeles varios y un dibujo de un infante, enmarcado y firmado con mayúsculas. Aquel grupo de personas salió del lugar sin que Patrice Pomme dijera las palabras que buscaban, pero más que satisfechos. El ministro se había rehusado a pronunciarse en contra de Mabi, pero pidió a la justicia que entrara en acción ante la aparición de una nueva obra. 

    Mabi nunca había abandonado aquel pequeño departamento con vistas a la Torre Eiffel. Luego de que la noticia se propagara por diarios, revistas y televisión pasaba sus días abrazada a sus piernas, con una taza en la mano, contemplando aquel metal hasta que las luciérnagas volvieran a alumbrarlo por las noches. Había nadado contra y con la corriente lo suficiente y ya no sentía ganas de nadar. Estaba vacía, tanto como aquellos cuartos en los que enterraba a sus obras. Y mientras escribía estas dos líneas casi textuales (pues esto lo he extraído de su cuaderno personal) figuro que su cerebro, a escondidas de su conciencia, empezaba a desarrollar la idea de su última obra. 

        Comienzo a creer que la inspiración en su cabeza en realidad no aparecía por accidente. Tal vez esta se abra paso fácilmente en aquellas personas que salen a vivir un poco más. Esa misma noche en que su cuaderno se llenaba de la palabra vacío, la inspiración aparecía nuevamente en su puerta. Realmente, en su puerta. El timbre rompió el abrazo de Mabi a sus piernas y sus pensamientos. Era la primera vez que escuchaba aquel sonido metálico en su hogar. Más allá de lo que estuviera afuera de la puerta, su cabeza le agradecía salir de la irrealidad de los pensamientos futuristas en los que se había sumergido. Abrió la puerta sin preguntar quién, lo cual hubiese sido un desperdicio de saliva porque quién se encontraba envuelto en una bolsa negra y en horizontal. La ingresó en silencio, cerró la puerta y procedió a abrirla. Todo esto sin una mueca de asco o tristeza, pues al ver el contenido confirmó sus presentimientos. El reflejo de su cara descansaba pacíficamente en el piso de su casa. Tomó un cuchillo para ver si aquella amenaza se trataba de una réplica de sus trabajos o de una pobre víctima. Picó despacio la palma de su mano derecha, y la sangre se hizo fuente. La chica todavía sonreía. La sonrisa de la artista tardó unos minutos más. Asomó por primera vez cuando tocando la mejilla de aquel cuerpo inerte notó que el maquillaje comenzaba a correrse por la humedad, y aquella chica ya no era tan parecida a ella. Dejó que una última lágrima le acariciara la mejilla y dio el paso definitivo a sonreír. Abrió definitivamente la bolsa, la descartó y desnudó el cuerpo de la pobre mujer. Buscó sus materiales y comenzó a dibujarse a sí misma en aquel lienzo humano. Cargó sus ojos de recuerdos para que brillen mejor. Copió cada rasgo a la perfección sin la necesidad de un espejo, solo contando con la seguridad y las dudas propias de quien se conoce bien a sí mismo. Al alejarse, pudo reconocerse. Y su pequeño hogar rodeado de sus cosas le daba algo de vida a aquel cuerpo. Pero aún no reflejaba su personalidad completamente. A aquel cuarto le faltaba todo lo anterior. Entonces comenzó a hacer de aquel espacio todos los espacios de su anterior casa, los que imaginaba y mantenía cuidados a la perfección. Los que alguna vez había dibujado hasta no percibir más detalle. A los que les había asignado una persona que en algún momento viviría allí. Cada pared que encerraba al cuerpo fue dibujada como aquellos cuartos, y en algún lugar de cada pared dio vida a los personajes de su infancia. Cuando sintió aquellas paredes completas, estiró los brazos de la chica en ciento ochenta grados y cruzó una pierna por encima de la otra. Replicó aquella puntada de su palma derecha en la mano izquierda y en ambos pies. Tomó un bolso y se paró unos segundos en la puerta a contemplarse. La ventana de las luciérnagas completaba la obra. Comprendió que la desnudez del cuerpo cobraba un sentido aún mucho más placentero, pues la precedía y rodeaba la desnudez de su alma. Cerró la puerta y salió sin que nadie la viera. 

    Al pisar la calle, sintió unas leves gotas de agua que en poco tiempo serían tormenta. Caminó cabizbaja hasta que sus piernas no la soportaron. El neón de un bar que comenzaba escaleras abajo la enfrentaba. En la puerta, un hombre mudo con un cartel pedía limosna. Mabi le pidió prestado el letrero y escribió la dirección de su departamento. El choque de metales entre la lata y las llaves de su hogar hipnotizaron a aquel hombre, que cuando sacó la vista de allí quiso encontrar a la artista y no lo logró. De los tres días que pasó Mabi sin ver la luz dentro de aquel bar nada se sabe, solo que fueron setenta y dos las horas. 

    El pobre hombre dejó todas sus pocas pertenencias en la calle y corrió hacia la dirección señalada. La lata componía una canción que las llaves tocaban armoniosamente. Al llegar, se encontró con la tragedia maravillosamente presentada. No se quedó allí ni un segundo, corrió a la calle con la ardua tarea de comunicarse con sus escasos medios y encontrar un creyente. El sol salió antes de que lo consiguiera y después de muchos fracasos. Cuando lo consiguió, la noticia se desparramó rápidamente. Miles y miles de personas hacían fila en la entrada de aquel departamento para dejar un presente entre lágrimas, y no permitían que las autoridades se acerquen. Sus detractores abrían espumantes silenciosamente en sus casas. Un hombre rico convenció a la multitud de poder trasladar la obra a un lugar donde el cuerpo podía conservarse, y compró las llaves del departamento a un escandaloso precio. Lo primero y único que se trasladó fue a la mujer, ya que tan solo tres días después y antes de que empiecen los planeamientos para trasladar las paredes del departamento el cuerpo fue robado de su propia casa.

   En sintonía, Mabi subió las escaleras de aquel aposento y se encontró con una ciudad en caos. Todavía llovía. Movilizaciones y vigilias ocupaban las esquinas. Miró hacia el frente. Un sobre amarillo con su nombre la esperaba paciente a los pies de un farol. Adentro, unas pocas líneas la invitaban a conocer la cima del faro de aquellas luciérnagas que desde su ventana admiraba. Alguien la sabía viva, y por suerte había colocado su firma: Avejho. No eran muchos los minutos que la separaban de la hora en la que estaba citada pero tampoco era mucha la distancia. Caminó. 

    Solo un alma caminaba por la explanada de Champ de Mars. Un joven iba y venía desde un cajón lleno de flores hasta una pequeña obra que estaba preparando. Un arco semicircular de unos dos metros de ancho y otros dos de alto se sostenía únicamente por pétalos a tan solo unos metros de la torre. Mabi fue inundada por un espíritu infantil y pasó por debajo corriendo. Entre risas desconcertadas de ambos lados, se sonrieron unos segundos y siguieron su camino. Su corazón latía un poco más rápido. El gigante de dieciocho mil treinta y ocho piezas la esperaba deshabitado. 

    Subió hasta la cima y se encontró con el hombre que la había llevado hasta allí. Se encontraba sentado en silencio sobre una baranda, casi entregado al vacío. Los pies apoyaban en un angosto borde metálico. La artista lo imitó y quedaron observando la ciudad. Nada quedaba fuera de los ojos de aquellos dos. Mabi logró encontrar la ventana de su pequeño departamento, todavía iluminado y con una gran fila de gente en la calle bajo la lluvia esperando su turno para conocerlo. Unas manzanas a la izquierda, un grupo de manifestantes colocaba imágenes de sus obras en las calles del barrio más coqueto de la ciudad. Varios vecinos asomaban a arrojarles lo que tenían al alcance. Le divertía jugar a juzgarlos luego de haber sido juzgada por todos. El viejo abrió la boca y exhaló lentamente:

-Esta ciudad es ahora también parte de tu obra
-¿Soy responsable entonces de este caos? – Respondió preocupada la artista
-Para nada. Toda expresión artística tiene una carga de caos y una de orden. Eso no las convierte en generadores de ninguna de esas dos cosas. No podemos hacernos responsables de las respuestas de la gente cuando todas nuestras intenciones están en la obra.
-Disculpe, ¿Quién es usted? ¿Es acaso pintor, escritor, artesano? ¿Cómo es que nunca he visto o escuchado de alguna de sus obras y sin embargo las hojas amarillas que encontré en mi casa rozan la perfección? – se agitó un poco más e insistió casi violentamente - ¿Cómo llegaron sus escritos a mi casa?
-Mi nombre ya lo sabe y mi historia es un poco larga y complicada como para resumirla. Digamos que nunca he realizado una obra, pero tengo la capacidad de conocer a la perfección a cada una de ellas. Soy, simplemente, un teórico. Mi única creación ha sido traer a los más grandes artistas aquí arriba y luego reunirlos allá abajo. He viajado. Conozco cada rincón del mundo, incluido Buenos Aires. He conocido a su madre y muy a mi pesar, ella no me conoce bajo este nombre.
    Mabi no quiso escarbar en la cuestión. Se quedaron unos segundos contemplando como las luces comenzaban a prenderse en las pequeñas ventanas rectangulares de los hogares.
- ¿Cuál será su próxima obra? ¿Lo ha pensado? - disparó el hombre
- ¿Para qué realizaría otra? La última fue suficiente y me llenó por completo. Solo quiero descansar y encontrar una nueva ventana con una buena vista.
- Entonces, salte. Párese en este borde y no lo dude. Descansará por siempre y las vistas desde arriba deben ser las mejores.

    Mabi se paró desafiante en aquel borde y miró hacia adelante. A sus venas la recorrían unas ganas de lanzarse extremadamente profundas. Contempló una vez más la ciudad que con la noche empezaba a izar una bandera blanca. Las luciérnagas volaban una vez más, esta vez protegiendo la ventana de aquel pequeño departamento. Miró hacia abajo. No parecía tanta la distancia. Se preguntó a qué le dedicaría su cabeza esos últimos segundos de caída libre. Y su cabeza perdida encontró a aquel joven guardando sus herramientas y dejando un arco de flores resplandecientes. Su sonrisa le impidió saltar y el vuelo de una paloma funcionó como el beso de una mariposa, y la devolvió a aquella baranda. Rápidamente se puso a cubierto. Miró a su lado, pero el viejo ya no estaba. Volvió a mirar hacia la ciudad. Un largo grupo de fanáticos caminaba despacio con una imagen de su cara a unas cuadras del Palacio de Justicia. Abajo, reconoció al viejo entre un grupo de personas por demás excéntricas. Dejó que caminaran, sabiendo que en algún momento los volvería a encontrar. La ciudad ya estaba lo suficientemente limpia, entonces la lluvia decidió hacerse a un lado. Al atardecer ya se lo devoraba la noche. Entonces bajó. Y con los pies en la tierra y aquella plazoleta llena de gente, buscó a aquel joven del arco. Dejó pasar unos minutos mientras su pecho se cargaba de algo indescriptible, y no lo encontró. Y decidió caminar, en busca de aquel joven amor.


    Sé que en medio de mi relato he dicho que me referiría a Mabi de otra manera, y sería mentir decir que no lo intenté. Pensé que escribiendo su historia podría comprenderla y así darle otra connotación fuera de la de “artista”, pero no he podido hacerlo completamente y creo que me siento bien así. Cuando ella escapó a Buenos Aires su historia ya había sido narrada, en mi opinión, de forma casi perfecta. Pero ella llegó a mí, me buscó para contarme su vida de primera mano y me ha pedido que la escriba a mi modo. Todavía desparrama algunas obras sin aviso previo por el país y la gente se agolpa para contemplar. Por eso, como ya les he dicho, no me permitiré escribir ni el principio ni el final de todo esto, porque creo, Mabi, que la lapicera está nuevamente en tus manos. 

Amén. 
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